Ante un desastre de
gobierno convertido en estafa que desaprovechó la bonanza petrolera más alta y más larga que
haya tenido jamás nuestro país, al final de la cual lo que nos encontramos no
es a Venezuela convertida en la Dubai caribeña o en la Noruega latinoamericana,
sino en un país sin medicinas en las farmacias ni alimentos en los abastos. Y,
para colmo, con el precio internacional del petróleo (que hace pocas semanas
bordeaba los 100 dólares el barril) cayendo ahora tan aceleradamente como la
credibilidad del gobierno. Cuando escribimos esta nota, la canasta de los
crudos venezolanos tiene un precio promedio de 75 dólares, con tendencia a
seguir bajando. Ese es el tamaño real de la crisis.
Entre los émulos de Hitler
y Mussolini, por un lado, y los de Mao y Pol Pot, por el otro, la sociedad
venezolana tiene recursos y capacidades para salir con bien de esta situación.
Pero la activación de esos recursos y capacidades pasa porque la sociedad
democrática venezolana (es decir, el país que siempre se enfrentó al proyecto
autoritario y los sectores que ahora están descubriendo que ese proyecto degeneró
en estafa) asuma con sentido de urgencia la necesidad de construir la solución
política, constitucional, pacífica y democrática a esto que no es una
“situación” sino una crisis, la más profunda y grave que nuestro país haya
enfrentado desde la batalla de Ciudad Bolívar en 1902. Para ello es necesario
que los partidos de la Alternativa Democrática se doten de un objetivo y una
estrategia común, y remen juntos en una misma dirección.
En eso ya se está
avanzando. Pero también es imprescindible y urgente la activación del pueblo,
de toda la sociedad civil, a través de la definición de una agenda común de
lucha para las redes de luchadores sociales (comunitarios, sindicales,
gremiales, estudiantiles, ambientalistas, etc.), una agenda que vaya más allá de
la polarización y que sea capaz de vencer la pasividad y superar la violencia.
Una agenda autónoma, que permita a los ciudadanos ser algo más que espectadores
y víctimas del deterioro. Una agenda que no sea “anti-política” pero que si sea transpartidista, es decir, que no
pretenda que los ciudadanos ignoren a los partidos en su papel de actores del
proceso político, pero que no permita que los partidos sustituyan a los
ciudadanos en su central condición de depositarios de la soberanía. Una agenda
que construya organización popular en la base de la pirámide. Una agenda que,
en esta hora de crisis, promueva el encuentro del liderazgo social y
comunitario con el liderazgo político partidista.
Porque,
como dice nuestro Himno Nacional: “LA
FUERZA ES LA UNIÓN!”
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