El Papa renunció a una vida normal. Renunció a tener
una esposa. Renunció a tener hijos. Renunció a ganar un sueldo. Renunció a la
mediocridad. Renunció a las horas de sueño, por las horas de estudio. Renunció
a ser un cura más, pero también renunció a ser un cura especial. Renunció a
llenar su cabeza de Mozart, para llenarla de teología. Renunció a llorar en los
brazos de sus padres. Renunció a teniendo 85 años, estar jubilado, disfrutando
a sus nietos en la comodidad de su hogar y el calor de una fogata. Renunció a
disfrutar su país. Renunció a tomarse días libres. Renunció a su vanidad.
Renunció a defenderse contra los que lo atacaban. Vaya, me queda claro, que el
Papa fue un tipo apegado a la renuncia.
Y hoy, me lo vuelve a demostrar. Un Papa que
renuncia a su pontificado cuando sabe que la Iglesia no está en sus manos, sino
en la de algo o alguien mayor, me parece un Papa sabio. Nadie es más grande que
la Iglesia. Ni el Papa, ni sus sacerdotes, ni sus laicos, ni los casos de
pederastia, ni los casos de misericordia. Nadie es más que ella. Pero ser Papa
a estas alturas del mundo, es un acto de heroísmo (de esos que se hacen a
diario en mi país y nadie nota). Recuerdo sin duda, las historias del primer
Papa. Un tal.. Pedro. Cómo murió? Si, en una cruz, crucificado igual que a su
maestro, pero de cabeza. Hoy en día, Ratzinger se despide igual. Crucificado
por los medios de comunicación, crucificado por la opinión pública y
crucificado por sus mismos hermanos católicos. Crucificado a la sombra de
alguien más carismático. Crucificado en la humildad, esa que duele tanto
entender. Es un mártir contemporáneo, de esos a los que se les pueden inventar
historias, a esos de los que se les puede calumniar, a esos de los que se les
puede acusar, y no responde. Y cuando responde, lo único que hace es pedir
perdón. “Pido perdón por mis defectos”. Ni más, ni menos. Que pantalones, que
clase de ser humano. Podría yo ser mormón, ateo, homosexual y abortista, pero
ver a un tipo, del que se dicen tantas cosas, del que se burla tanta gente, y
que responda así… Ese tipo de personas, ya no se ven en nuestro mundo.
Vivo en un mundo donde es chistoso burlarse del
Papa, pero pecado mortal burlarse de un homosexual (y además ser tachado de
paso como mocho, intolerante, fascista, derechista y nazi). Vivo en un mundo
donde la hipocresía alimenta las almas de todos nosotros. Donde podemos juzgar
a un tipo de 85 años que quiere lo mejor para la Institución que representa, pero
le damos con todo porque “Con qué derecho renuncia?”. Claro, porque en el mundo
NADIE renuncia a nada. A nadie le da flojera ir a la escuela. A nadie le da
flojera ir a trabajar. Vivo en un mundo donde todos los señores de 85 años están
activos y trabajando (sin ganar dinero) y ayudan a las masas. Si, claro.
Pues ahora sé Señor
Ratzinger, que vivo en un mundo que lo va a extrañar. En un mundo que no leyó
sus libros, ni sus encíclicas, pero que en 50 años recordará cómo, con un simple
gesto de humildad, un hombre fue Papa, y cuando vio que había algo mejor en el
horizonte, decidió apartarse por amor a su Iglesia. Va a morir tranquilo señor
Ratzinger. Sin homenajes pomposos, sin un cuerpo exhibido en San Pedro, sin
miles llorándole aguardando a que la luz de su cuarto sea apagada. Va a morir,
como vivió aún siendo Papa: humilde.
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