Unos la
reprimen, otros la usan para provecho propio, hay los que desean en secreto su
desgaste, numerosos la utilizan como legítimo desahogo de su indignación y son
muchos los que, en vez de participar esperanzados en ella, en realidad sólo
asisten a su desarrollo como espectadores resignados, bajo el fatalista
argumento de que “todo está muy mal, algo así tenía que ocurrir”. Sí. Estamos
hablando de la protesta estudiantil y ciudadana que ha convulsionado al país en
este “febrero caliente”, y que ha recibido del gobierno una respuesta tan
despiadadamente represiva que ha hecho voltear, al fin, los ojos del mundo
hacia Venezuela, con una mirada distinta a aquella -más que comprensiva,
cómplice- a la que el oficialismo se había acostumbrado. El 2 de febrero la
protesta estudiantil y ciudadana ha mostrado al mundo la cara de un régimen
que, como lo dijo Rubén Blades en carta pública a Nicolás Maduro “está decidido
a imponer un sistema político/económico…. que obviamente no es aceptado por la
mayoría de la población”. Como Blades, son hoy muchísimos los artistas, medios
de comunicación internacionales y hasta gobiernos que han “recalibrado” su
mirada sobre lo que ocurre en Venezuela. Los mismos venezolanos, antes
expectantes, nos hemos reencontrado el poder de la protesta cívica. Pero el
costo ha sido muy alto. El nombre de Geraldine Moreno, cuya imagen esta sobre
estas líneas, se unió ayer sábado 22 a la ya larga lista de jóvenes
asesinados por la represión, en su caso víctima de dos disparos de perdigones
hechos a quemarropa en su rostro por un efectivo de la Guardia Nacional, según
denunciaron sus familiares. Sangre de la juventud venezolana ha regado las
calles en el occidente, centro y oriente del país. Y justamente para que ese
derramamiento no sea en vano, se impone una reflexión urgente sobre los
objetivos, métodos de lucha y horizonte de tiempo de tiempo de la protesta. En
estos días ha quedado claro que el objetivo de la protesta ciudadana no es otro
que sacar a Venezuela de la profunda crisis económica, moral y política en que
está sumida, crisis que se expresa en escasez, carestía, inseguridad,
corrupción, ingobernabilidad y represión. El método de lucha también ha quedado
claro en este mes, pues es evidente que “la salida” es algo distinto al
“desenlace”. Desenlace es “algo que pasa”. LA SALIDA, EN CAMBIO, SE CONSTRUYE.
Y se construye PROTESTANDO, pues la protesta es un derecho constitucional. En
estos días también hemos confirmado que la protesta que sirve es la que nos
une, no la que nos aísla. Cercar mediante barricadas urbanizaciones de clase
media es auto-aislarse, e impide ir al encuentro de esa otra parte del país que
en los sectores populares tiene mucho tiempo protestando (por agua, por
seguridad, por servicios, por vialidad, por empleo, etc.) con poco eco y casi
ninguna solidaridad. Esto obliga también a ubicar sin demagogia cual es el
HORIZONTE DE TIEMPO REAL para el éxito de la lucha: Si conectar la
protesta estudiantil con la lucha popular es un requisito INDISPENSABLE no sólo
para que la lucha sea exitosa sino además para que ese éxito sea sostenible,
realizar esa conexión implica hacer un trabajo e invertir tiempo en ello.
Consignas como “Maduro vete ya” o frases como “esto es inaguantable” describen
realidades y expresan deseos, pero modificar positivamente esas realidades y
convertir en hechos esos deseos implica superar el inmediatismo y hacer bien lo
que hay que hacer. El país sabe ya que “la calle” NO ES, por si misma, “la
salida” sino el escenario principal de la lucha democrática. Y sabe también que
los demócratas estamos en la calle no para tirar piedras o escuchar discursos,
sino fundamentalmente para CONVENCER, para “vencer con”, para sumar al que
piensa distinto y construir así la amplia mayoría que haga posible el cambio
que Venezuela reclama y necesita. Para eso necesitamos un plan de luchas,
concreto, preciso, alcanzable, un plan quizá de apenas cinco puntos: 1)
Libertad de todos los presos en las protestas, para los presos políticos, los
exiliados y anulación de los procesos judiciales que se siguen a casi 3mil líderes
sociales, sindicales, agrarios, ambientalistas e indigenistas; 2) Investigación
independiente, coordinada por la Iglesia Católica, de todos los asesinatos y
denuncias de torturas; 3) Desagravio e indemnización a todas las comunidades,
barrios y urbanizaciones, que sufrieron hostigamiento y destrozos por parte de
los cuerpos represivos del Estado y de los grupos paramilitares; 4) Desarme y
desmovilización de los grupos paramilitares y parapoliciales oficialistas, mal llamados
“colectivos”, con cronograma preciso y verificación internacional; y 5)
Participación activa y apoyo solidario en todas las luchas sociales,
sindicales, gremiales y comunitarias que hagan frente al colapso económico y a
la tragedia de la inseguridad. “Creo que su gobierno, Presidente Maduro, no
posee la mayoría representativa que justifique lo que le está haciendo al
país”, dice contundentemente Rubén Blades en otro pasaje de su carta abierta al
actual ocupante del Palacio de Miraflores. El reto que tiene por delante la
Venezuela que quiere cambio es precisamente ese: ampliar la mayoría que hoy
somos, incorporar a los habitantes de los barrios y demás sectores populares en
esta lucha, convertirnos así en una amplísima y representativa mayoría que supere
los errores del pasado y los horrores del presente, y conduzca a Venezuela a
ser -nuevamente en palabras de Blades, en su canción “Plástico”- “una raza
unida, la que Bolívar soñó”. Una Patria unida, no ésta, desgarrada y dividida,
en la que un poder tan precario como soberbio acusa de “fascistas” a jóvenes
que mueren con una pancarta en las manos y un grito de libertad en la garganta.
Una Patria en la que los venezolanos puedan tener en sus cabezas las ideas que
quieran, no la bala disparada por un delincuente, un militar, un policía o un
paramilitar.
Animo Venezuela!
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