viernes, 4 de octubre de 2013

Tenemos que ser humano


Un camión choca contra las defensas de la autopista Francisco Fajardo en la mañana del viernes 27 de Septiembre en Caracas, Venezuela. El chofer agoniza entre los hierros retorcidos de la cabina mientras el camión es literalmente cubierto por individuos que en vez de socorrer al mal herido se dedican a saquear la carga, carne procesada proveniente de Colombia -un tesoro en este país en el que los productores agropecuarios fueron invadidos, expropiados, obligados a quebrar, y ahora no se produce casi nada. El macabro espectáculo es contenido cuando al fin llega la fuerza pública y logra mantener a raya a los saqueadores. Como en un capítulo de The Walking Dead, estos se van retirando, ansiosos, frenéticos, dejando atrás la horrenda escena de muerte y pillaje. No es, desgraciadamente, una anécdota aislada, un lamentable hecho fortuito, como suelen decir los burócratas. Sobran ejemplos lacerantes, de otras situaciones en las que el blanco de la violencia ha sido no un vehículo accidentado, sino directamente un ser humano. A diario nos enteramos o tal vez hemos sido testigo de la violencia que se presenta en cualquier cola para comprar alimentos, bien sea regulados o no. En el siglo reciente pasado en Venezuela matan a venezolanos por un par de zapatos. Se conocen casos de gente que la han asesinado sus propios miembros de la familia por un kilogramo de leche. En que nos estamos convirtiendo como pueblo? A qué extremos podrá conducirnos esta mezcla horrenda, este mortífero coctel de precariedad económica, quiebra masiva de valores, violencia impune y pésimos ejemplos vertidos precisamente desde la cúpula del poder, no sólo desde el poder político, por cierto. Es cierto, Da mucha indignación que se roben el dinero de todos los venezolanos para engordar el capital de quienes hoy son burócratas y ocupan cargo de representación popular. Genera también angustia y molestia ver como las carreteras están en el suelo, como los puentes se caen, como las ciudades sucumben en medio de la basura y el agua de las cloacas rotas abunda ya no solo en los sectores populares del país sino en cualquier parte de la geografía patria. Todo ese puede y debe generar que nos preocupemos y que nos ocupemos. Tenemos que dejar de ser televidentes o lectores de periódicos para asumir protagonismo político y en ese protagonismo recuperar a Venezuela y la democracia. Pero todo eso se recupera: el trabajo, el estudio y el aprovechamiento sostenible de los recursos de este hermoso país hacen posible que recuperemos la riqueza derrochada, y la sustraída. Reconstruiremos las carreteras y puentes, ingenieros, arquitectos, técnicos y obreros venezolanos construirán viviendas, calles y avenidas. Es perfectamente posible reconstruir las redes de cloacas, desagües y alcantarillado, y tener un sistema de disposición de desechos sólidos que nos permita entender que vivir entre la ñoña no sólo no es normal, sino que tenemos derecho humano a vivir con salud, higiene y belleza. Pero para todo eso es necesario que seamos seres humanos. Que seamos personas. Que seamos un pueblo viviendo a partir de algunos principios básicos de humanidad, solidaridad y convivencia, y no una horda de zombies persiguiendo al último lote de papel tualé llegado al último mercado, PDVAL o Mercatradona. Más grave que cualquier daño hecho a la economía o a la infraestructura del país es devastador el daño que se le ha hecho al alma, a la esencia en progreso del venezolano. No se trata de comparar la “cuarta” con la “quinta”. La República de Venezuela es una sola, para lo bueno y para lo malo. De lo que se trata es de identificar donde nos han hecho más daño, como país, como pueblo, para subsanarlo, corregirlo y poder seguir adelante, en la construcción de un mejor presente y un mañana distinto. Y ese daño principal nos lo han hecho en la humanidad. “La Patria es el hombre”, cantó Alí Primera. Hoy la Patria también es un chofer que agoniza, mientras sus compatriotas saquean el camión que conducía. El “hombre nuevo” que nos vendieron tiene exacerbados los peores defectos del “hombre viejo”, y ninguna de sus virtudes. Practica la rapiña con su prójimo, aplaude lo que no entiende y vitorea a quien lo condena a la miseria material y espiritual. Nosotros los venezolanos somos mejores, mucho mejores que eso. Y podemos crecer aun mucho más, y mucho mejor. Con el favor de Dios y el esfuerzo de todos lo probaremos votando por quienes se comprometan en convertirse en servidores públicos para llevar el país hacia la democracia y el progreso. Animo Venezuela.

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