EL miércoles 15 de enero el señor Nicolás
Maduro Moros -Presidente de la República proclamado por el Consejo Nacional
Electoral- admitió en su discurso de “Memoria y Cuenta” el fracaso del
Ejecutivo “en el desarrollo de una política de seguridad” y ofreció convocar
sobre el tema un “diálogo nacional”. Tal cosas son noticia porque, recordemos,
“noticia es todo aquello que está por encima o por debajo del horizonte normal
de los acontecimientos”. En consecuencia, que en esa ocasión Maduro haya
omitido hechos importantes (como el repunte brutal del dengue y la malaria);
que haya rehuido su responsabilidad (al calificar a la inflación acumulada
durante 2013 como “inducida” sin reconocer que quien la “indujo” fue él) y que
incluso le haya faltado el respeto a la inteligencia del venezolano, al
condenar la existencia de una “villana” que en una telenovela mata gente, pero
se abstiene de condenar con la misma vehemencia a los verdaderos asesinos que
en la vida real acabaron con la existencia de casi 25 mil venezolanos en 2013,
eso en realidad no es “noticia” porque, desgraciadamente, es lo habitual en la
relación del Poder con el pueblo. Así que concentrémonos en lo novedoso, lo
noticioso. Es posible un diálogo nacional sobre seguridad? Será eso “diálogo” de verdad, no monólogo de
burócratas? Tendrán cabida en ese
“diálogo” gente que tiene mucho que decir y que aportar, o será un espacio
reservado únicamente para quienes rellenan sillas en los actos oficiales y asienten
con la cabeza “como perrito de taxista” ante cualquier ocurrencia de una
burocracia que lo único que sabe es inventar nuevos “planes” para enfrentar los
males que nunca resuelve? Nosotros, honestamente, creemos que NO. Un diálogo
así útil, sincero, en materia de seguridad no es posible en estos momentos. Lo
dificulta la prepotencia del Poder y la fragmentada respuesta de los afectados,
que va de la desesperación a la resignación sin pasar por la acción. En
consecuencia, hay que crear las condiciones para que ese diálogo necesario se
produzca y sirva para colocar al Estado en su misión constitucional de cumplir
y hacer cumplir la ley, en vez de andar rehuyendo responsabilidades e
inventando falsos culpables, como las “telenovelas”, y enfrente a los culpables
verdaderos: el binomio drogas-armas, que ha terminado por convertirse en un
auténtico anti-poder bajo el ala protectora y alcahueta del Poder! El “diálogo” entendido así no como estrategia
para “ganar tiempo”, no como cortina de humo para desgastar la indignación
social, sino como mecanismo de construcción del consenso necesario para la
definición, ejecución y evaluación permanente de una estrategia de seguridad
que comprometa al Estado y a la Sociedad en un esfuerzo de largo aliento contra
el crimen, sólo será resultado de la presión social. Eso implica, para
nosotros, el pueblo, pasar de la queja a la acción. Eso significa convertir el
dolor privado, el duelo familiar, en energía colectiva de denuncia y cambio.
Cada persona agredida por el hampa, cada familia que hoy llora a una víctima,
cada comunidad agredida por la delincuencia siempre minoritaria pero armada
hasta los dientes, debe comunicar al prójimo su circunstancia, su dolor, su
tragedia, y EXIGIR (no “pedir”, no “rogar”, no “suplicar”) sino EXIGIR al
gobierno que haga su trabajo, que consiste en valorar la vida y la seguridad de
TODOS los venezolanos con el mismo celo, con la misma preocupación y la misma
eficiencia con la que protege la seguridad y la vida del Sr. Maduro y sus
compañeros de la cúpula burocrática oficial. Cómo se hace esto? Con valor,
actuando pacíficamente pero con contundencia, siempre en el marco de la Ley y
la Constitución, esta misma Constitución que consagra la manifestación pública
como un derecho y no como una “concesión” de los provisionales dueños del
poder. Dónde se hace esto? ¡En la calle, sin duda alguna! Y “calle” no son
solamente los espacios que algún sector político suela usar para sus
concentraciones o marchas. Las calles que hay que movilizar son las del pueblo.
Los sitios donde el hampa abate a
ciudadanos inocentes; las escuelas donde estudiaban niños asesinados, como los
apuñalados en La Sierra de Margarita; las canchas donde hacían deporte los
jóvenes asesinados, como los seis muchachos masacrados en Súcuta, Municipio
Tomas Lander, Valles del Tuy. Los alrededores de las sedes de los comandos de
los cuerpos policiales o militares donde laboren los servidores públicos
abatidos por criminales. Todos esos sitios, todos esos espacios, escenarios de
la violencia del hampa contra la gente, deben convertirse ahora en escenarios
de la protesta de la gente contra el hampa. Cuándo se hace esto? Cada vez que haga falta, cada vez que la
solidaridad humana lo determine, cada vez que el grito de una madre despojada
de su hijo o que el llanto de un niño al que le arrebataron a su padre obligue
a los vecinos a dar su pésame ya no con palmadas en el hombro, sino con
pancartas en la calle. No hace falta que “líder” alguno convoque. Animo
Venezuela.
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